El territorio de Singapur está formado por sesenta y tres islas y tiene una superficie total de 697 km². En esa extensión, tres veces menos que la de Gipuzkoa, habitan 5,677.000 personas, casi ocho veces más que en el territorio vasco. Con una densidad tan elevada, sólo el 1% de la superficie de la república asiática se destina a la producción agrícola, forzando a una casi absoluta dependencia de las importaciones. En tiempos de pandemia, Singapur ha entendido que esa dependencia la hace muy vulnerable y se ha enfrentado al problema de cómo aumentar la producción agrícola sin disponer de superficie y aminorando, en lo posible, la influencia de la meteorología en el resultado de las labores agrícolas.

Las soluciones responden punto por punto a ese problema: no hay superficie horizontal, pero sí vertical; frente a la incertidumbre de la meteorología, la seguridad de la agricultura en interiores; en lugar de tierra, solución hidropónica. Singapur había destruido su territorio agrícola en los años setenta del S. XX, para construir rascacielos residenciales y sedes de empresas de sectores avanzados. En la crisis financiera de hace doce años la pequeña república ya padeció las consecuencias de su dependencia alimentaria por el aumento general de precios y por una notable crisis en la producción de China, un proveedor fundamental que tuvo grandes problemas con las cosechas. 

¿Cómo producir verticalmente y en cantidad y calidad suficiente para alcanzar unos objetivos ambiciosos de reducción de la dependencia? En 2019, BBC hablaba de la producción de frutas y verduras en las ciudades como “boom millonario”. La clave está en el uso de contenedores altamente tecnificados para controlar luz, humedad, CO2 y el agua rica en nutrientes que hacen posible el crecimiento de los productos, controlado por software y con un uso intensivo de inteligencia artificial.


«En términos medioambientales, la presencia de estas granjas urbanas verticales en las ciudades permite su distribución por medios no contaminantes y elimina la necesidad de pesticidas.»


La convergencia de iluminación LED, robótica e inteligencia artificial permite augurar que los actuales costos de implantación de estas granjas urbanas se vayan aminorando progresivamente. También se progresa en términos de amplitud de cultivos. Las plantas de hojas verdes son más sencillas, pero otros cultivos como la fresa requieren luces más caras, consumen más electricidad y generan más calor. Sin embargo, a medida que se extienden las iniciativas en esta modalidad de producción agrícola se van venciendo barreras y se hace más sencillo abordar más y más cultivos, y no se puede descartar que estemos en los inicios de una profunda transformación en la producción mundial de alimentos.

Que un país como Singapur ponga su mirada en estos procedimientos indica claramente su potencial. Cada kilogramo que Singapur logra restar a sus importaciones supone tanto una mejora objetiva en términos de soberanía del país como un empujón a la agricultura vertical. En el contexto de creciente fiscalización medioambiental de las políticas alimentarias, el carácter profundamente local de esta modalidad de producción representa otro factor no desdeñable. 

 

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