Conseguir que los más pequeños de la casa coman de forma saludable supone más de un quebradero de cabeza para muchos padres. Más allá de las prisas del día a día, los productos precocinados y los envases monodosis la alimentación familiar parece haberse convertido en una asignatura pendiente para muchos hogares.
Según explica a Infosalus Susana Domínguez, autora de ‘Qué cómo y por qué. Nueve claves para una alimentación familiar saludable’(RBA, 2014), antes de pensar en lo que supone la educación alimentaria de los hijos hay que plantearse si nosotros mismos adoptamos una práctica alimentaria consciente, coherente y consistente. «De todos es sabido que los niños aprenden imitando comportamientos más que escuchando razonamientos».
«En general, los niños no precisan una alimentación ‘especial’ o diferente, sino patrones de alimentación familiar estables y sensatos para aprender mientras crecen», aclara. Para Domínguez, pediatra de Atención Primaria del Baix Llobregat, el escenario que ofrecen los supermercados o la explosiva difusión de la comida rápida (‘comida basura’) no ayudan a configurar una alimentación coherente con las necesidades y con la propia salud.
En cuanto al papel de los comedores escolares, Domínguez señala: «pocos niños se sientan a la mesa para desayunar, no hay tiempo o posibilidad de comer en casa y la cena se resuelve con frecuente improvisación. Como resultado, el único patrón a imitar para muchos niños es el de la comida escolar«.
Para la pediatra, la idea clásica de la medicina que necesariamente ‘combate’ síntomas o enfermedades debería ser revisada. «La obesidad infantil no es una enfermedad a secas, es la manifestación estadística de una sociedad enferma que ha perdido la conexión natural e instintiva con algo tan primario y fundamental como es la alimentación».
«Hay en realidad mucha confusión acerca de lo que significa, lo que representa y lo que requiere alimentarse bien. Hay que dar mensajes claros y fáciles. Si el abanico de oportunidades va a seguir siendo el que es, adquirir un aprendizaje nutricional parece ineludible», concluye.
Susana Domínguez ha preparado para Infosalus un decálogo basado en los principales errores que existen en la alimentación infantil y de la familia, así como la alternativa más saludable a todos ellos.
1. La excesiva improvisación. La mayoría de las familias (hasta un 80% según algunos estudios) no planifica sus menús semanales. El resultado de la desorganización es una práctica alimentaria desequilibrada que conduce al exceso de peso. Se impone el aprendizaje de conocimientos básicos de alimentación para adquirir criterio nutricional y organizarse mejor. Sin duda, alimentarse bien hoy en día requiere reflexión, una compra inteligente para escoger bien sin dejarse el bolsillo y cocinar un poco más.
2. La sistematización del menú a la carta. Salvo excepciones, se recomienda que la familia, pequeños y grandes, se siente a la mesa para compartir los alimentos, con variaciones en la cantidad y en el ritmo que se pueden respetar. Pero atender los antojos individuales por sistema, o preguntar lo que apetece comer a los pequeños, acaba por romper el balance nutricional o bien convirtiendo la cena en un sainete.
3. Saltarse el desayuno. No desayunar o hacerlo de forma desequilibrada con un exceso de azúcares y grasas perjudiciales es un lugar común en muchos hogares. Resulta útil la provisión de distintos tipos de pan de cereal completo, semillas, frutos secos, aceite de oliva virgen, huevos, queso, atún, embutidos magros, frutas o yogur. Para terminar el ayuno nocturno resulta agradable y necesaria la ingesta de líquido: agua, infusiones, fruta recién exprimida, leche, bebidas vegetales y después seguir con el cereal y la proteína (embutido magro, atún o queso) o prepararlo para llevar (bocadillo).
4. Picotear a todas horas. Cuando las colaciones (cuatro o cinco) se han distribuido bien y se han planificado con criterio sus contenidos, los niveles de azúcar en sangre son más estables (menos subidas y bajadas) y, en consecuencia, es menos probable que apetezca picar entre horas. Los niños que aprenden a comer a sus horas respetan mejor los intervalos y la familia no siente justificación alguna para romper su ritmo con los populares ‘snacks’ dulces y salados.
5. Comidas tardías y/o copiosas. Los humanos poseemos un ‘reloj interno’ que ajusta los horarios de ingesta con el gasto energético. Parecería pues ilógico demorar la comida y/o la cena más allá de lo necesario. La solución pasa por conciliar mejor los horarios y agendas familiares para comer antes y cenar pronto. En nuestro país se tiende a cenar tarde y demasiado. Entonces, ¿Cómo van a tener hambre al día siguiente nuestros escolares para el desayuno? Es prioritario adelantar los horarios y organizarse para cenar juntos en familia prontito. La cena debería ser reconfortante pero liviana, para completar las necesidades de todos, sin excesos. Para ello, la verdura, las ensaladas y las sopas se erigen como protagonistas.
6. Refrescos azucarados. Las necesidades calóricas de nuestros escolares no son ilimitadas y si las cubrimos, en mayor o menor parte, con calorías vacías, restamos opciones a otros alimentos que sí aportan compuestos bioactivos (minerales, vitaminas o antioxidantes). Cuando se trata de saciar la sed el agua no tiene rival.
7. Comida rápida. El azúcar o los carbohidratos de absorción rápida se esconden también en la bollería, las galletas, el pan blanco, la pasta y el arroz muy hechos, salsas, helados y postres lácteos y muchos alimentos procesados (sopas preparadas, pizzas y precocinados). Todos ellos son muy atractivos, sabrosos, baratos y de fácil acceso pero conducen a una elevación rápida de los niveles de azúcar en sangre y si no se ‘queman’ se almacenarán en forma de grasa. Cuando estos niveles caen bruscamente a las dos horas se despierta la voracidad por seguir consumiendo estos alimentos. Parece sensato identificar este tipo de comida solamente con el ocio eventual o excepcional.
8. Demasiada carne y poca verdura. «Al menos termina el filete» suplican algunas mamás. La proteína animal no debe ocupar más de una cuarta parte del plato o bandeja, al igual que las legumbres y/o los cereales del menú. Cereales y legumbres se complementan muy bien y contribuyen también al aporte proteico. Bastan pues pequeñas porciones de carne blanca o de pescado. La carne roja debe ser de consumo semanal, pero no diario. Los verdaderos protagonistas deben ser las verduras y hortalizas y en menor medida la fruta, representando en volumen, la mitad de la colación.
9. Malinterpretar las recomendaciones, confundir los términos. La recomendación de comer más granos y cereal completo no se refiere a aumentar el número de tostadas o de raciones de ‘barquitos’ en el tazón del desayuno sino a incluir en las comidas la versión integral del grano de arroz, pasta o pan integral y atreverse con otros ‘granos’: quinoa, avena, mijo, cebada, espelta, trigo sarraceno o alforfón, que conjugan maravillosamente con las verduras o las ensaladas, popularizando merecidamente numerosas recetas en la red.
10. Aversión indiscriminada a todas las grasas. Es injusto e imprudente meter todas las grasas en el mismo ‘saco’. Mientras que la grasa hidrogenada de la bollería, algunas salsas y otros alimentos procesados perjudica seriamente la salud, la grasa insaturada del pescado azul, los frutos secos y semillas, aguacates y aceite de oliva debe formar parte del consumo habitual por sus propiedades beneficiosas. Eliminar la grasa visible de las carnes, disminuir el consumo de embutidos (y cuidar su calidad) y considerar la ingesta de lácteos desnatados en la población de riesgo de obesidad o alteraciones de los lípidos contribuirán a racionalizar la entrada de grasa saturada.
 
Fuente:
 http://www.farodevigo.es/vida-y-estilo/salud/2015/02/25/10-malos-habitos-nutricion-familiar/1191084.html
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