Se encuentran en el mercado y pueden degustarse durante todo el año, pero es en los meses de invierno cuando los nabos están en su esplendor, pues les gustan las temperaturas frías.

Altamente populares y muy extendidos desde la Antigüedad, los nabos fueron esenciales en la dieta hasta ser paulatinamente sustituidos por la patata, que comenzó a popularizarse para consumo humano a partir del siglo XVIII.

Los nabos admiten ser consumidos en crudo y cocinados. El uso habitual de sus hojas es la alimentación del ganado, pero los tallos tiernos no florecidos de la planta del nabo son los famosos grelos gallegos, ahí es nada.

Son, por tanto, una hortaliza completa y muy aprovechable. Es probable que, al haber sido fundamentales en los siglos y siglos de las grandes hambrunas y la precariedad, cayeran en el olvido -o el descrédito- con la llegada de la patata, pero ahora conocen un periodo de reivindicación por sus excelentes cualidades como alimento.

La carne, blanca o blanca cremosa, está cubierta por una piel fina, generalmente también blanca, que puede tomar color incluso violeta en su cuello si está expuesto directamente al sol. Conviene consumirlos de tamaño pequeño o mediano, y no lavarlos en casa hasta el momento de consumirlos.

El nabo apenas tiene calorías, pero sí mucha fibra y antioxidantes, además de vitaminas, potasio, yodo y fósforo, entre otros aportes beneficiosos. En cuanto a los tallos, o grelos, aportan el doble de proteínas y fibras y vitaminas que las propias raíces.

Es en general muy recomendable, particularmente en periodo de gestación y en la infancia. Por contra, las personas con dificultades digestivas deben sopesar su consumo, pues los nabos pueden producir flatulencias.

Los nabos se comen en crema, puré, sopa, asados y en ensalada. Son muchas las recetas y combinaciones. Como guarnición, horneados en combinación con zanahorias y patatas y chirivía, son una completa delicia, e incluso pueden comerse fritos, como chips.

 

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